viernes, 12 de marzo de 2010

MONÓLOGO




Hace tiempo que no escribo, lo digo porque a veces se me ocurren cosas para escribir, pero también tengo miedo de que no tenga el sentido que yo quiero o quizá no me salga lo bonito que yo puedo imaginarme. Antes incluso escribía en la oscuridad, casi oscureciendo en el omnibus, porque en los buses interprovinciales normalmente la gente duerme y no hay posibilidad de leer y justo cuando me dan ganas de leer, porque como es de noche apagan la luz y tampoco funcionan los foquitos que hay arriba de los asientos, otros ni siquiera los tienen. Escribía aún cuando el carro daba salpicones por el camino de trocha (regresando al trabajo, este estado de cosas me recordaba cuando estaba en el ejército, porque todos los malditos domingos tenía que regresar, porque los lunes es el primer día, empieza la vida de prisionero del trabajo). Trataba de escribir lo más legible posible, pues en cierta oportunidad, estando un poco picadito, ya hace varios años escribí o creí escribir, pero me di cuenta que solo fueron garabatos. Me acuerdo que se me ocurrieron cosas geniales para escribir pero no pude leerlo, estaban muy ilegibles.

Escribir es como reflexionar, como si me permitieran en un instante internarme en un cuarto para teorizar las experiencias, para hacer pequeños mapas de la vida, para ver también si me puedo burlar de la vida, hallando alguna regularidad, alguna cosa que en el fondo tenga algo común. Como si levantara una falda, una piedra, o algo que tapa algo que me esconde la vida, para descubrir cosas nuevas apasionadamente.


Hace tiempo que sigo deseando escribir como cuando era adolescente, cuando doblaba papeles grandes, los convertía en tarjetitas de notas, era una ley personal cargar siempre papelitos en el bolsillo trasero del pantalón y un lápiz y lapicero. Era casi instintivo, porque la comunicación es intuitiva, en vista que normalmente no podía conversar con alguien, yo hablaba con mis papeles. Yo le hablaba e imprimía en el papel la cadena o el montículo emocional de frustración, soledad, remordimientos, impotencia. Escribir era una necesidad biológica, para no quedar mudo ni autista psicológicamente, o tal vez para preservar la capacidad de comunicación.


No entiendo porque le ponía fechas en cada escrito porque ahora que revisé algunos superficialmente, se me vino una tristeza desgarradora y me dije: la vida pasó por encima mío y me debe muchas vivencias, quizá por eso me siento frustrado.


Pero no solo me servía para expresar mis emociones, luego de regresarme del cuartel, se me vino la idea de escribir un libro parecido al de “La Ciudad y los Perros”, para compararlo con la versión chola y pobre, no de un colegio militar, sino del servicio de la gente común y corriente que, mismo ganado y carne de cañón “sirve” en las fuerzas armadas. Escribí como cincuenta hojas, ahora tengo más, pero no me animo a pasarlo a computadora. Se me quedó el pesimismo de la adolescencia como una tara y a veces mi inquietud pasa de lo ordinario y lo extraordinario, y a veces paso pensando en como salir de todo esto, se que tengo un cerebro ordinario, recontra común y corriente, que envidia por los genios que nacieron casi predispuestos, una cosa mecánica. El deseo no basta.


Ah, también hice un trabajo académico que me costo mucho mentalmente, también me costo mucho tiempo y sobre todo la misma guerra interna que tengo contra mi mismo, contra mi depresión y desanimo, en pocas palabras contra mi pesimismo que se personaliza en mi otro yo. Mi trabajo fue muy poco valorado.


Escribí algunos articulillos para un diario, la verdad no se si se publicaron, solo se de uno salio en “El Pueblo”, una cosa referida a mi carrera, tuve que bajarme la nómina de todos los colegios de la provincia de Arequipa para sacar una regularidad.


Lo siguiente que pienso escribir es algo sobre la inteligencia y el pensamiento, para mi es una dicotomía, cuando dije esa inquietud a los profesores de la facultad, casi todos los que pregunte se rieron de mi, solo un profesor de psicología me dio algo de razón. Para mi la inteligencia no existe, incluso ese concepto es racista, bueno tiene variantes. Más adelante, otro profesor si me dio la razón, y no es cualquier profesor, es de la católica. Bueno, es un tema muy apasionante; pero vuelvo con el mismo problema, cada cosa que hago es como una guerra interna con mi otro yo, a veces mi otro yo es el que escribe y a veces yo mismo. Muchas veces mi otro yo impide que yo escriba. Todo mi ser es una guerra interna.


Expresar era y sigue siendo una cosa buena, un vicio pobre que no pude desarrollar, a veces pienso es inútil, que solo me salen cursilerías y otras veces pienso que sí son bonitas y tengo a veces una ganas locas de escribir cosas más emocionantes, emotivas y alegres, o a veces pienso que no puede tener sentido nada de lo que escribo, porque todo es ambiguo y a veces las formas son frías, exageradamente ridículas o cálidamente vacías.


No obstante, ahora siento la necesidad de escribir, como una breve canción con ritmo bohemio, que se me viene pronto.


Siento la necesidad de darme y enunciar alegría o tristeza… ¡basta ya! De hacer las paces con mi lapicero, de prometer llevar mi hoja dobladita siempre en cualquier lugar donde este, para fotografiar las emociones, los sentimientos y las pasiones de cada vivencia. Ese es un buen vicio que voy a resucitar, aunque yo solito las siga leyendo.

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